Presenta: Diego Doncel.

Interviene: Carlos Aganzo.

Carlos Aganzo (Madrid, 1963) es autor de una veintena de libros de poemas, varios de los cuales han alcanzado distinciones como el Premio Jaime Gil de Biedma o el Ciudad de Salamanca. Su poesía esencial se encuentra recogida en los volúmenes Ícaro en los ojos (2017) y Arde el tiempo (2018). Paraíso claustral se sitúa al final de una pentalogía de títulos surgidos alrededor de la reflexión sobre la decadencia de Occidente, formada por Las voces encendidas (2010), Las flautas de los bárbaros (2012), En la región de Nod (2014), Jardín con biblioteca (2020) y Los perros y la niebla (2021).

También es autor de numerosos libros de ensayo y de viajes, el último de ellos Las ciudades de Machado (2022). Pertenece a la Academia de San Juan de la Cruz, de Fontiveros, y fue reconocido en 2012 con el Premio de las Letras Teresa de Ávila. Ha colaborado con diferentes músicos y artistas plásticos. En 2010 se estrenó su Oda a Miguel Delibes, con música de Ernesto Monsalve e interpretada por la actriz Lola Herrera. Con Monsalve estrenó también en la Catedral de Valladolid la cantata Ansúrez. En 2016 fue comisario, junto a Florencio Galindo, de la exposición ‘La poética de la libertad’, en la Catedral de Cuenca, con obras del artista chino Ai Weiwei y de los informalistas españoles del siglo XX.

Como periodista ha sido subdirector del diario “Ya”, y director de los rotativos “La Voz de Huelva”, “Diario de Ávila” y “El Norte de Castilla”. Actualmente es director de Relaciones Institucionales de “El Norte de Castilla”, director de la Fundación Vocento y vicepresidente de la Fundación Santa María la Real.

En Paraíso claustral, Carlos Aganzo construye un puente invisible, un diálogo atemporal entre el jardín oculto al que se retiró el poeta chino del siglo IX Sikong Tu y la celda luminosa con la que el monje Bernardo de Claraval representó su gran desafío espiritual tres siglos más tarde. Una visión a la vez exógena, al vibrar en consonancia con  la Naturaleza, y endógena, al enfrentarse al turbión abismal del ser. Un poemario de la contención, percibida a través de la música, la forma y la respiración. Y que sin embargo se desborda a través de un pensamiento que siente y que busca con coraje, acaso infructuosamente, el centro de los centros, con el amor como última frontera de la condición humana