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Miguel Veyrat presenta, “La Ora Azul”
29 mayo, 2023 @ 19:00 - 20:30
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APROXIMACIÓN A UNA SEMBLANZA DE MIGUEL VEYRAT
El sólido andamiaje sobre el que se erige la obra poética de Miguel Veyrat cuenta con dos contrafuertes: por una parte, la sustancia del contenido, nacida del esfuerzo sincrético del que deriva un acopio esencial de todas las ciencias del espíritu; por otra parte, la forma de la expresión, fruto de la rigurosa elección, en primera instancia, de cada signo lingüístico por razón de su contenido denotativo y del sometimiento del mismo, en segundo término, a un giro translaticio que suscita la desautomatización por medio de inusitados recursos de alquimia estilística donde cohabitan la lógica formal, la dialéctica y la retórica, junto con ciertos devaneos de la razón y del delirio entre los que se observan combinaciones algebraicas, ecos cabalísticos, fragmentadas consignas masónicas o fórmulas tomadas de quienes buscaron la configuración de la lengua perfecta. A todo ello debe añadirse un tercer puntal, el del significante, sobre el que Veyrat hace crecer efectos prosódicos que alejan la cadencia del poema de los cánones tradicionales y lo aproximan a los ritmos sincopados, con disposiciones de acentos y pausas que alteran la tonicidad y la dirección de los tiempos sirremáticos y de la línea melódica del verso entero, cuyos rasgos suprasegmentales se aproximan a la atonalidad de la vanguardia musical del siglo XX.
Estas características conceptuales y formales podrían disuadir, a una amplia mayoría de lectores, incluso a aquellos muy inclinados a la poesía, de acercarse a la obra lírica de este autor. Sin embargo, muy en contra de tal pronóstico, Veyrat ha suscitado, con igual intensidad, la atención de los académicos, la de sus conmilitones en el ejercicio de la literatura y del pensamiento y – lo que sorprende hasta el estupor – la de quienes llegan a la emoción del mensaje poético y a su meditación ulterior a través del impacto de la eufonía, de la sacudida irracionalista del sentimiento, y no del bagaje intelectual. Esta heterogénea y amplia cohorte de lectores se congregan, por igual, en librerías, bibliotecas, cafés literarios, clubes de lectura, conferencias y seminarios universitarios y también en los foros de la sociedad red, como lo demuestra el espacio virtual de Veyrat en Facebook, donde, desde hace años, publica, diariamente, un poema espigado de su dilatada producción, de resultas de lo cual es posible leer las apasionadas exultaciones de quienes se sienten atravesados por el fulgor lírico y también las bellas y hondas consideraciones, por ejemplo, de la profesora Mery Sananes, que ofrece, cotidianamente, piezas hermenéuticas magistrales tanto por el brillo de su prosa como por el certero sentido de sus argumentaciones.
¿Qué explica esta – por inhabitual – concomitancia en el discurso poético entre cordialidad y hondura, entre aceptación popular e investigación universitaria? El propio autor contesta, a esta pregunta, de manera rotunda: la suya es una poesía que retoma la esencia del quehacer creativo y reflexivo, las preguntas universales, los temas y asuntos recurrentes y obsesivos en la condición humana. Este ambicioso planteamiento está, según el propio Veyrat, en la raíz del interés colectivo suscitado por una lírica que se sitúa en el polo opuesto del que ocupa el discurso cuantitativamente imperante en el presente, el de los versificadores de lo ordinario, lo doméstico, que, comúnmente, termina siendo lo baladí, lo insustancial. “Ofrece lo esencial, y los lectores, por sí solos, darán la espalda a lo circunstancial”, dice Veyrat. Tiene sentido.
No sobra, pese a lo concluyente de la posición valorativa del autor con respecto a su propia obra, que ahondemos un poco más en la singularidad de su sello creativo y en el sentido evolutivo y madurativo de su labor. Pensemos que, en la trayectoria de Miguel Veyrat, encontramos ocupaciones como el periodismo, la docencia, la investigación intelectual, la edición y el activismo político. Son actividades tan dispares que parecen aunar la mentalidad del hombre de acción y el de reflexión en un solo perfil. Cabe preguntarse, en todo caso, cuál es el nexo que liga dos rasgos de personalidad tan disímiles en una sola etopeya. La respuesta es solo una, la poesía. El Veyrat reportero, audaz notario de la realidad inmediata, el analista político, el profesor universitario, el brillante orador, el teórico de la literatura, el fino y selecto editor de revistas de arte y pensamiento, el clandestino miembro del cuadro izquierdista que conspira en la sombra por derrocar un régimen totalitario y que sufre, en propias carnes, los rigores de la barbarie, el miembro confeso de una sociedad secreta (curiosa paradoja) albergan, en sí, a un solo hombre que comprende a todos los demás, el poeta. Por eso, la poesía de Miguel Veyrat es la suma boscosa de un mundo de referencias amplísima, cada una de las cuales es una puerta por la que se puede optar, según los distintos campos de interés o propensiones personales de cada lector, como vía de acceso a la poesía de este autor.
A causa de todo ello, no media distancia alguna entre el hombre y el creador, entre la poesía del autor y su mundo propio, y, dado que el mundo de Veyrat es el resultado de la suma de las cosmovisiones que ha ofrecido el saber y el crear, no será extraño que identifiquemos, en sus versos, un reflejo de nuestro universo personal y, si nos dejamos arrastrar por el aliento de su destello, terminemos por identificar el mundo y el verso, el lenguaje y la verdad, la poesía y el ser.
Estos son los trazos que dibujan un camino aún en curso y que se inicia, en el año 1975, con Antítesis primaria, libro altamente significativo no solo por haber sido receptor del premio Adonáis – buen referente, siempre, para calibrar la dirección y el alcance de la nueva poesía -, sino también por el sintagma que le sirve de título, con el que el autor subraya la relevancia de la dialéctica, de la confrontación de opósitos que rige, de acuerdo con su pensamiento, no solo el devenir histórico, sino también su propia evolución personal y la de su obra. En ese primer y valioso esbozo de juventud, contemplamos al Veyrat que escribe, atropelladamente, como en eclosiones imposibles de contenerse, versos en servilletas de papel de cafeterías y restaurantes de carretera, en libretas de trabajo y otros soportes semejantes que constituyen un verdadero archivo poético engrosado en los escasos momentos de sosiego que permite una vida dinamizada por las premuras del mundo del último tercio del siglo XX, más proteico que nunca, que gira sus goznes hacia un cambio de época y que suscita la inmediatez al cronista del presente y el reposo dilatado de la meditación y de la palabra al ensayista y al poeta. En ese irreductible choque de planos contrapuestos, mientras acontecen los hechos que construyen la realidad externa registrada por el periodista, el poeta crea su realidad interna personal y avanza hacia la conquista de un lenguaje propio que terminará por identificarse y por fundirse con el mundo que designa. Los episodios de ese proceso lo forman Aproximática (1978), Adagio desolato (1985), Edipo en Chelsea (1989), El corazón del glaciar (1990), Última línea rerum (1993), Elogio del incendiario (1993), Contraluz. Once poemas en memoria de Paul Celan (1996) y Conocimiento de la llama (1996).
Con el despuntar del siglo XXI, Veyrat entra en una nueva etapa vital y creativa, que se encamina a la depuración, a la esencialización del hombre y del poeta. El primero, duramente golpeado por una prejubilación forzosa que le aleja del ejercicio del periodismo, se repliega en torno al segundo, que se muestra, desde la primera década del milenio recién estrenado, como un creador ambicioso, singularísimo, dispuesto a remontarse a la raíz misma de la tarea del versificador. El expurgo de la prisa en la escritura del texto periodístico deja espacio a la maduración reposada de la idea, del pensamiento asolado y complejo, y eso permite expresarse, también, al profesor, que, con la voluntad bifurcada entre la fijación del hallazgo reflexivo y la comunicación difundida del mismo, nos ofrece, en 2007, un texto fundamental donde formula su propia preceptiva poética. Se trata de Fronteras de lo real, declaración de pertenencia a la corriente de creadores que, bajo la feliz designación de Edad de Plata, debida a José Carlos Mainer, se adentraron en los grandes enigmas de la existencia, incursión de la que dejaron un testimonio literario que los ubica en posición señera del canon occidental. Esa aspiración, consustancial a la literatura en general y, muy especialmente, a la poesía, abandonada por buena parte de los coetáneos de Veyrat, despierta, en nuestro autor, esa impresión de extemporaneidad con respecto a la poesía de su tiempo y, por fuerza de reacción, un deseo de descender hasta el fondo mismo del flujo poético dejado por el río del tiempo sucesivo, del devenir lírico. Por ello, en ese año capital que, para nuestro autor, es 2007, da a la imprenta la primera obra maestra de su producción, Instrucciones para amanecer, un auténtico hito de la poesía de nuestro tiempo donde recoge, desde la estela mítica de los textos sumerios de los orígenes de la vida del hombre en sociedad hasta algunos relumbres de los más profundos sistemas de pensamiento que el ser humano haya podido concebir. Sabemos, desde ese instante en que se inaugura la etapa andaluza de Miguel Veyrat – el autor elegiría Sevilla como su lugar de residencia desde 2007 hasta el presente – que la suya sería, desde entonces, una poesía de la historia de la poesía y del pensamiento, que, frente a los indisimulados calcos de ciertos usos de la intertextualidad posmoderna, nuestro poeta decide secundar la máxima renacentista de imitatio et aemulatio porque solo a hombros de gigantes es posible igualar su perspectiva y, acaso, ampliar su mirada.
Por todo ello, la evolución poética de Miguel Veyrat se ha ido sometiendo, durante toda su etapa andaluza, al rigor de la dialéctica como motor del devenir histórico del mundo y como dinamizador de las fases de su producción. El autor, hegeliano confeso, había publicado la síntesis que suponía Instrucciones para amanecer como la derivación final de un proceso de oposición entre una tesis, La voz de los poetas (2003) – donde se había integrado “El cielo vacío” como una sección -, y una antítesis, Babel bajo la luna (2005).
La segunda tríada de esta fenomenología del espíritu poético sería la formada por otro título fundamental Razón del mirlo (2009), que quedaría flanqueado por las nuevas ediciones de El incendiario (2007) y de Conocimiento de la llama (2010). En las ediciones renovadas de los dos títulos epilogales de su etapa anterior, Veyrat había encontrado el eslabón necesario para enlazar con una expresión reducida a la ansiada desnudez juanramoniana y con el existencialismo, corriente de pensamiento que, en paralelo con los poetas de la Edad de Plata, retornaba al rizoma inicial de la filosofía, la pregunta sobre el ser.
Poniente (2012), Pasaje de la noche (2014) y El hacha de plata (2016) son los tres títulos con los que Miguel Veyrat da el siguiente paso en su devenir creativo. Los tres están señalados por la presencia del Corpus hermeticum y, particularmente, por la Tabla esmeralda. La hermética, como contrapeso del intelecto que complementa el pensamiento racional e inspira la creatividad había sido una referencia básica en toda la trayectoria poética de nuestro autor, que ahora lo subrayaba dándole un lugar diferenciado entre las escalas de la evolución de su obra.
Entre recurrencias simbólicas comunes a culturas diversas y complejos juegos especulares en busca de la identidad escindida del sujeto, tal como la entendió Lacan, se desarrolla el nuevo trígono veyratiano, el que forman tres libros con los que su autor se eleva, una vez más, a la cima de la poesía de nuestra época. Son Diluvio (2018), Tu nombre es Eros (2018) y Furor&Fulgor (2020).
En lo sucesivo, Miguel Veyrat publicaría Fuga desnuda (2021), Travesía de la melancolía (2022) y La lengua de mi madre (2022), títulos que atestiguan una nueva búsqueda, un empeño redoblado, tras una prolífica y rutilante trayectoria que parecía haber alcanzado su recodo último, su escala final, en los tres títulos precedentes. Esto acrecienta la impresión de que los tres últimos libros citados son el fruto poético de una transición, de un puente hacia otra forma de elocución poética y otra voluta discursiva en el pensamiento de su autor. Sin embargo, el proceso de indagación hace, de estos poemas, un material capilar con que conectar con la esencia, con la sustancia primordial tanto de la reflexión como de la emoción. Estamos, una vez más, ante un ejemplo de la mejor poesía del presente.
Al abrir La ora azul (2023), último poemario hasta el momento de Miguel Veyrat, nos basta una primera lectura de los textos iniciales para tener la certeza de que su autor ha encontrado un nuevo camino que hollar en pos de la esencia, en busca de la verdad, del ser y de su sentido.
A la espera de cobrarse la deuda impagada del reconocimiento de su altura artística, Veyrat sigue haciendo crecer, con cada nueva obra, el árbol fractal de su poesía, que señala, con el vértice de su corona, hacia la eternidad.