Los alumnos más jovencitos de Secundaria y los bachilleres en ciernes siempre se sienten atosigados con los encargos del profesor de Lengua y Literatura: a ninguno le gusta escribir por obligación. Al profesor, aunque guarde un silencio prudente, no le gusta corregir esos escritos repetitivos. La obligación la impone el deber, y el profesor cumple. A veces —muy pocas veces— aparece algún texto que merece la pena. Pienso en los profesores de Carmen Jodra Davó en el desaparecido IES Pérez Galdós. Esta niña dará que hablar.
La niña se convirtió en adolescente, ganó el II Certamen de Poesía «María Dolores Mañas» con unas décimas impecables y se lanzó a su primer encuentro con la industria editorial. Marzo de 1999. El ganador del Premio Hiperión de Poesía era una chica de dieciocho años.
Entrevistas, portadas, programas de radio, ferias del libro, antologías, una beca de creación literaria. Una carrera prometedora la de esta muchacha. También tuvo tiempo de ganar otro premio de poesía de un ayuntamiento. Y seguía siendo una joven promesa.
Carmen fue mucho más que la eterna adolescente que perdura en el recuerdo de la inmensa mayoría. Carmen fue una creadora mayúscula de dos libros maravillosos: Las moras agraces y Rincones sucios. La enfermedad no ha querido que viera publicados un tercer poemario y una novela, pero ahí están. Y están las libretas. Y están los borradores. Y las fotografías. Y los muñecos. Y los dioramas. Y las labores de ganchillo. Y los cuentos para niños. Y las notas a lápiz en sus libros.
Carmen era una mujer creadora y creativa, era una adicta a la belleza y su acierto al capturarla procedía de una observación envidiable por minuciosa: ningún detalle le pasaba desapercibido.
Además del mito de la eterna adolescente pervive la imagen de una timidez que no era tal. Los amigos de Carmen, sin excepción, estamos de acuerdo en que la finísima ironía era uno de sus rasgos más definitorios, siempre acompañada de esa humildad tan auténtica.
Carmen creyó en la belleza y en la necesidad del trabajo en libertad, sin rendir cuentas más allá de lo estrictamente necesario. Podría haber sido una filóloga de prestigio internacional, pero la filología recreativa se lo impedía: —Estoy estudiando sobre el jardín en la Antigüedad porque me gusta, pero al congreso voy a escuchar, no a hablar; además, tengo mucho que tejer. Leer y tejer, su trabajo como bibliotecaria, los paseos, su familia, sus amigos y dormir largas siestas. La del pastor, la del carnero y la reglamentaria. —Vamos a echarnos la siesta y luego vemos. Y después de la siesta siempre había algo que ver, que leer, que escuchar. Y siempre sin obligaciones, siempre por gusto y siempre tomando notas para poemas futuros. Ahora la busco en las libretas, pero también en las palabras de los amigos que la recordamos. Aquí y ahora, pero para siempre.