Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) ha publicado los libros de poemas Una interpretación (Rialp, 2001, Premio Adonáis), Delta (Visor, 2004), El jersey rojo (Visor, 2006, Premio Fundación Loewe de Creación Joven), El precio de una cena en Chez Mourice (Algaida, 2007), Las Ollerías (Visor, 2011, Premio Fundación Loewe), Vida y leyenda del jinete eléctrico (Visor, 2013, Premio Jaime Gil de Biedma) y Poemas para ser leídos en un centro comercial (Vandalia, Fundación José Manuel Lara, 2017). Incluido en varias antologías colectivas en prosa y verso, se han editado cuatro antologías sobre su obra: en prosa, Ser lobo y otras narraciones (Ediciones Perro Azul, Costa Rica, 2015); en poesía, Anatomía poética (Ediciones del Festival de Poesía de Costa Rica, 2011), Ella estaba detrás del laberinto (Frida, 2016), Que me entierren en París. Antología poética 2001-2019 (Ediciones Perro Azul, Costa Rica, 2019) y La vida es una mala escritora de guiones. Mis poemas de cine (Colección El Orden del Mundo, Ayuntamiento de Lucena, 2021). Es autor del libro de relatos Carta a Isadora (Ediciones B, 2001) y del ensayo Lucena sefardita. La ciudad de los poetas (Fundación José Manuel Lara, 2006). Como novelista, ha publicado América (Seix Barral, 2004), El gran Felton (Seix Barral, 2006), La suite de Manolete (Alianza, 2008, Premio Fundación Unicaja Fernando Quiñones, Los nadadores (Anagrama, 2012, traducida al inglés, al italiano y al francés), Corazones en la oscuridad (Anagrama, 2016) y Atocha 55 (Almuzara, 2020, Premio Albert Jovell). Es profesor y director de TFM del Máster de Creación Literaria del Grupo Planeta y la Universidad Internacional de Valencia. Entre 2011 y 2013 fue director del Festival Cosmopoética. Poetas del Mundo en Córdoba. Desde 2011 coordina el blog del concurso semanal de micropoemas Cuenta 140, en la web de El Cultural. Es colaborador de Diario Córdoba, Crítica, El Cultural y El Mundo.
Veinte años después, trato de encontrar a aquel muchacho que empezó a escribir estos poemas. Una vida después, el joven poeta cordobés de 24 años que ganó el Adonáis ha dejado de serlo. Todo tiene el valor que le queramos dar: en mi caso, lo tuvo. Yo era becario de la Residencia de Estudiantes y en las primeras entrevistas que me hicieron respondía que la poesía puede salvarnos. Seguramente si alguien me hubiera preguntado no habría sabido aclarar de qué, pero estaba claro que sentía esa necesidad de ser salvado. Veinte años después, sí lo sé: de perder la ebriedad con que recibes esa primera caja con tus libros, con que vives a tragos de aire líquido, mientras rezas y amas la escritura de un cuerpo. Y poder saltar sobre el fuego sin quemarnos. De perder todo eso hay que salvarse.
Me reconozco en mis libros posteriores, pero aquí hay algo más. Quizá se deba a que la convivencia con tus poemas nunca se interrumpe del todo. A diferencia de una novela -que cuando la publicas luego raramente la relees-, sobre los poemas sí regresas y tu propia escritura te sigue acompañando. No es que crezca contigo, pero tú sí te miras en su espejo. Y casi nunca fallan, porque fueron verdad. Si recuerdo mis días en el Colegio Mayor Empresa Pública, “El Negro”, Parada en la calle Velintonia continúa representando, pese a su razonable ingenuidad, ese santuario de la literatura que es parte de nosotros, de Aleixandre y todos los que un día estuvieron sentados junto a él. Carta de Rainer Maria Rilke al joven Luis Cernuda sigue latiendo ahí, cerca. Carta de un padre a este lado del paraíso no se hizo realidad entonces, sino hace cinco años; pero ya era cierto. Y si evoco la fiesta, en esa ensoñación de alba feliz, el himno sigue siendo Que me entierren en París.
Discurso más directo, poesía de la imagen, surrealista o abstracta: qué más da. Me importa su tensión de vida y de lenguaje. Me sigo manteniendo en la plasticidad: poemas como escenarios en los que demorarnos. Hoy recupero este libro publicado hace veinte años, en el que estaba todo antes de estar, acompañado por poetas que quiero y admiro.
Pienso en mi familia, en amigos poetas y escritores: algunos, por desgracia, ya no están. Y agradezco a mi editora Mariana Lozano Ortiz que haya hecho posible este regreso.
Por un momento estoy, de nuevo, en 1998, en aquella habitación, y comienzo a escribir. Joaquín Pérez Azaústre.
“Este “dolorido sentir” que arranca en Una interpretación halla plena respuesta en la trayectoria, igualmente plena, de Joaquín Pérez Azaústre, que no escribe ni novelas de poeta ni poesía de novelista, sino que da el timbre de voz sensorialmente rítmico, a cada encuentro con el verso o con la prosa”.
PERE GIMFERRER
“La primera vez que leí Una interpretación tenía 15 años y me sentí deslumbrada. En la actualidad, siento aún más profundidad al releerlo detenidamente. Nos encontramos ante un poemario valiente y de una sensibilidad extraordinaria en el que el autor adopta una mirada femenina y la sitúa en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia: la Guerra Civil”.
ANA CASTRO
“Una interpretación, el inolvidable primer poemario de Joaquín Pérez Azaústre, renace, se hace carne de nuevo, prende ante nuestros ojos asombrados y descubrimos de nuevo nuestra fiesta de huérfanos que sueñan con el mar. Feliz aniversario, Una interpretación. Per molts anys, Joaquín. No olvides nunca tomarnos de la mano con tu pluma y seguir invitándonos a bajar la cuesta de la luz”.